No hubo emoción. Ni lágrimas de alegría. Tampoco hubo un corazón henchido de
felicidad. Sólo hubo vacío. Después frustración. No fue como me lo había
imaginado, como se supone que una madre se siente al nacer su hijo. En mi caso
mi primera hija aquel 7 de marzo de 2009.
Después de un buen embarazo, de escuchar hasta la saciedad los deseos de "una horina corta" (¿por qué no la iba a tener con aquel embarazo tan estupendo?), el proceso de parto se demoró. No corrí al hospital a la primera de cambio. Estuve tres días con contracciones en casa y cuando ya eran regulares ingresé aquel sábado a las 7 de la mañana. 6 centímetros de dilatación. Todo muy bien. Pero el trabajo se fue demorando y finalmente, después de un sinfín de exploraciones, rotura de bolsa de agua, epidural, rasurado, enema (al que me había negado)… se determinó que el bebé venía con una vuelta de cordón, que ya se había esperado mucho y que se me sometería a una prueba de parto, con el riesgo de la cesárea sobrevolando sobre mi camilla.
Cesárea. La angustia, la desesperación, la tristeza, se apoderaron de mí. El mundo se me vino encima. No era como lo había imaginado. Si he de describir cómo afronté el parto la palabra es Expectación. Era la primera vez que pasaba por ello y estaba dispuesta a vivirlo a tope. Pero acompañada del padre de la criatura, en paritorio. Que él pudiera vivir la misma emoción.
Y todo se quedó en una prueba de parto en quirófano, sola, rodeada de sanitarios.
A las 17.25 horas nació Olaya. Fue un parto vaginal (me empeñé en aprovechar los tres pujos para no vivir la cesárea), atada a los estribos, haciendo fuerza sobre mi barriga para impedir que el bebé volviera a subir, con ventosa. Sola.
No la vi, se la llevaron y cuando estaba limpia me la enseñaron (no hubo contacto físico) mientras me cosían la episiotomía y el desgarro. No hubo emoción, ni lágrimas. Ni corazón henchido de felicidad. Sólo hubo un "Vale".
Dos horas después me la dieron ya una vez instalada en mi habitación compartida. Todo lo que recuerdo de aquella estancia de dos días es el calor, el asco, la sensación de estar sucia y la mala educación de las enfermeras. Sin apoyo a la lactancia. Sin apoyo a una madre recién parida. Mis primeras grietas surgieron allí. Lo único que recibí por respuesta fue un "ah, vale" y unas espaldas escabulléndose de la habitación. "¡Tienes que darle 90 de biberón!".
Prometí poner una queja, pero la vorágine a la que te ves sometida no me dio un minuto de respiro. Tan sólo los 20 minutos para responder una encuesta de la Consejería sobre la `Calidad en la atención en el embarazo y el parto'.
En mi segundo embarazo deseé con todas mis fuerzas no volver a pasar por lo mismo. Tuve un buen embarazo, a pesar de que trataran de hacerme parecer una enferma. Esta vez el bebé venía de nalgas y no se dio la vuelta. Cuando mi tocóloga de La Lila, dra. Arteaga, me habló de la versión cefálica externa, la decoró de descalificativos hacia "el premio Nobel que vino del País Vasco, porque una presentación podálica de toda la vida es una cesárea". Hablaba del doctor Adánez.
Mi hermano, hace 33 años venía de nalgas, a mi madre le hicieron la versión (cuando no se hacía ecografías, de hecho le hicieron una radiografía después de tenerla 10 días ingresada en el hospital), el bebé ya no giró y finalmente nació en podálica. Un bebé de 4.600 kgs.
Di mi consentimiento para hacer la versión, que resultó exitosa (cosa que sorprendió "una barbaridad" tanto a la tocóloga de la Lila como a su enfermera), y cada semana hube de someterme a monitores, ecografía y tacto. Lo del tacto, maniobra de Hamilton incluida, iba por partida doble: en maternidad y en la Lila. Me negué a tanto tocamiento, lo que no fue bien recibido. Además nadie estaba seguro de cuándo salía de cuentas: tenía diez días de diferencia entre la primera fecha y la última. Así que ¿por qué iba a permitir que me provocaran nada si no estaba maduro? Finalmente el bebé nació el 28 de julio de 2011. La primera fecha que me dio la matrona.
Y eso que me amenazaron/asustaron con posible cesárea en la semana 42… Según los papeles nació en la semana 41. Según la primera fecha nació justo en la 40. Vamos, que me amargaron el final del embarazo. Por nada del mundo quería una cesárea. Por nada del mundo quería, ni quiero, que me separen de mis hijos.
Y finalmente tuve el parto ideal, al menos para mí. Un parto normal y rápido en menos de una hora. Vamos, que casi lo tengo en casa. Ni siquiera llegué a paritorio: di a luz en dilatación en un parto atendido manualmente por una matrona y con mi marido presente. No hubo epidural, ni rasurados, ni enemas, ni rotura de bolsa, episiotomía ni otras prácticas de este tipo.
Aquí sí hubo emoción: mi hijo nunca se separó de mí. Yo nunca me separé de mi hijo. Siempre recordaré la primera vez que le vi: salir de mi, morado para poco a poco ponerse blanco; el tacto del lanugo, el olor a recién nacido, a vida… El calor, su calor… Mis lágrimas de emoción, mi corazón henchido de felicidad, "¡mi niño!".
Y siempre recordaré lo terriblemente molesta que estuve con los puntos y los efectos de la anestesia del primer parto. Y la estupenda recuperación del segundo, el poder andar desde el primer momento ("cómo se nota las que parís sin epidural"). También cambió la amabilidad de las enfermeras que me tocaron. Lo que viví igual fue el calor terrible de maternidad, la sensación de asco, de falta de higiene, los paseos a las duchas, el agobio, las noches sin dormir.
Pienso en el estupendo parto que tuve y lamento profundamente que uno de los momentos más importantes, más vitales de nuestras vidas como madres y mujeres se recuerden con frustración, dejándose hacer no siempre de la manera más acertada porque si cuestionas o manifiestas tus ideas, tus dudas, eres tratada de malos modos, con amenazas e incluso echándote del servicio, como a mí me pasó. Que el recuerdo de traer a un hijo a este mundo esté enturbiado por asuntos accesorios restando protagonismo al bebé que llega, a la madre y a su acompañante, sea hombre o mujer, pareja o no.
Pienso en lo sencillo y fácil de dejar hacer al cuerpo, que es sabio, frente a hacer de la excepción la normalidad. Me da lástima que el HUCA de un paso atrás, volviendo a un trato deshumano, poco naturalizado, medicalizado cuando el parto es un acto fisiológico, algo que no se debería olvidar.
Firmado
María Elena Plaza Díaz
DNI: 09422003F
Después de un buen embarazo, de escuchar hasta la saciedad los deseos de "una horina corta" (¿por qué no la iba a tener con aquel embarazo tan estupendo?), el proceso de parto se demoró. No corrí al hospital a la primera de cambio. Estuve tres días con contracciones en casa y cuando ya eran regulares ingresé aquel sábado a las 7 de la mañana. 6 centímetros de dilatación. Todo muy bien. Pero el trabajo se fue demorando y finalmente, después de un sinfín de exploraciones, rotura de bolsa de agua, epidural, rasurado, enema (al que me había negado)… se determinó que el bebé venía con una vuelta de cordón, que ya se había esperado mucho y que se me sometería a una prueba de parto, con el riesgo de la cesárea sobrevolando sobre mi camilla.
Cesárea. La angustia, la desesperación, la tristeza, se apoderaron de mí. El mundo se me vino encima. No era como lo había imaginado. Si he de describir cómo afronté el parto la palabra es Expectación. Era la primera vez que pasaba por ello y estaba dispuesta a vivirlo a tope. Pero acompañada del padre de la criatura, en paritorio. Que él pudiera vivir la misma emoción.
Y todo se quedó en una prueba de parto en quirófano, sola, rodeada de sanitarios.
A las 17.25 horas nació Olaya. Fue un parto vaginal (me empeñé en aprovechar los tres pujos para no vivir la cesárea), atada a los estribos, haciendo fuerza sobre mi barriga para impedir que el bebé volviera a subir, con ventosa. Sola.
No la vi, se la llevaron y cuando estaba limpia me la enseñaron (no hubo contacto físico) mientras me cosían la episiotomía y el desgarro. No hubo emoción, ni lágrimas. Ni corazón henchido de felicidad. Sólo hubo un "Vale".
Dos horas después me la dieron ya una vez instalada en mi habitación compartida. Todo lo que recuerdo de aquella estancia de dos días es el calor, el asco, la sensación de estar sucia y la mala educación de las enfermeras. Sin apoyo a la lactancia. Sin apoyo a una madre recién parida. Mis primeras grietas surgieron allí. Lo único que recibí por respuesta fue un "ah, vale" y unas espaldas escabulléndose de la habitación. "¡Tienes que darle 90 de biberón!".
Prometí poner una queja, pero la vorágine a la que te ves sometida no me dio un minuto de respiro. Tan sólo los 20 minutos para responder una encuesta de la Consejería sobre la `Calidad en la atención en el embarazo y el parto'.
En mi segundo embarazo deseé con todas mis fuerzas no volver a pasar por lo mismo. Tuve un buen embarazo, a pesar de que trataran de hacerme parecer una enferma. Esta vez el bebé venía de nalgas y no se dio la vuelta. Cuando mi tocóloga de La Lila, dra. Arteaga, me habló de la versión cefálica externa, la decoró de descalificativos hacia "el premio Nobel que vino del País Vasco, porque una presentación podálica de toda la vida es una cesárea". Hablaba del doctor Adánez.
Mi hermano, hace 33 años venía de nalgas, a mi madre le hicieron la versión (cuando no se hacía ecografías, de hecho le hicieron una radiografía después de tenerla 10 días ingresada en el hospital), el bebé ya no giró y finalmente nació en podálica. Un bebé de 4.600 kgs.
Di mi consentimiento para hacer la versión, que resultó exitosa (cosa que sorprendió "una barbaridad" tanto a la tocóloga de la Lila como a su enfermera), y cada semana hube de someterme a monitores, ecografía y tacto. Lo del tacto, maniobra de Hamilton incluida, iba por partida doble: en maternidad y en la Lila. Me negué a tanto tocamiento, lo que no fue bien recibido. Además nadie estaba seguro de cuándo salía de cuentas: tenía diez días de diferencia entre la primera fecha y la última. Así que ¿por qué iba a permitir que me provocaran nada si no estaba maduro? Finalmente el bebé nació el 28 de julio de 2011. La primera fecha que me dio la matrona.
Y eso que me amenazaron/asustaron con posible cesárea en la semana 42… Según los papeles nació en la semana 41. Según la primera fecha nació justo en la 40. Vamos, que me amargaron el final del embarazo. Por nada del mundo quería una cesárea. Por nada del mundo quería, ni quiero, que me separen de mis hijos.
Y finalmente tuve el parto ideal, al menos para mí. Un parto normal y rápido en menos de una hora. Vamos, que casi lo tengo en casa. Ni siquiera llegué a paritorio: di a luz en dilatación en un parto atendido manualmente por una matrona y con mi marido presente. No hubo epidural, ni rasurados, ni enemas, ni rotura de bolsa, episiotomía ni otras prácticas de este tipo.
Aquí sí hubo emoción: mi hijo nunca se separó de mí. Yo nunca me separé de mi hijo. Siempre recordaré la primera vez que le vi: salir de mi, morado para poco a poco ponerse blanco; el tacto del lanugo, el olor a recién nacido, a vida… El calor, su calor… Mis lágrimas de emoción, mi corazón henchido de felicidad, "¡mi niño!".
Y siempre recordaré lo terriblemente molesta que estuve con los puntos y los efectos de la anestesia del primer parto. Y la estupenda recuperación del segundo, el poder andar desde el primer momento ("cómo se nota las que parís sin epidural"). También cambió la amabilidad de las enfermeras que me tocaron. Lo que viví igual fue el calor terrible de maternidad, la sensación de asco, de falta de higiene, los paseos a las duchas, el agobio, las noches sin dormir.
Pienso en el estupendo parto que tuve y lamento profundamente que uno de los momentos más importantes, más vitales de nuestras vidas como madres y mujeres se recuerden con frustración, dejándose hacer no siempre de la manera más acertada porque si cuestionas o manifiestas tus ideas, tus dudas, eres tratada de malos modos, con amenazas e incluso echándote del servicio, como a mí me pasó. Que el recuerdo de traer a un hijo a este mundo esté enturbiado por asuntos accesorios restando protagonismo al bebé que llega, a la madre y a su acompañante, sea hombre o mujer, pareja o no.
Pienso en lo sencillo y fácil de dejar hacer al cuerpo, que es sabio, frente a hacer de la excepción la normalidad. Me da lástima que el HUCA de un paso atrás, volviendo a un trato deshumano, poco naturalizado, medicalizado cuando el parto es un acto fisiológico, algo que no se debería olvidar.
Firmado
María Elena Plaza Díaz
DNI: 09422003F